«El tren Cero»

He de reconocer que me fascinan las novelas en las que sufrimos con los protagonistas por alguna razón, pero no alcanzamos a adivinar cuál pueda ser. Rápidamente pensamos en una obra: “El proceso” de Kafka, pero hay infinidad de obras creadas con la misma idea como “La Carretera” de Cormac McCarthy, muchos de los increíbles relatos de Julio Cortázar o la menos conocida, pero genial “La boca llena de tierra” de Branimir Scepanovic en la que un hombre es perseguido a la carrera por todo un pueblo sin que se nos explique en ningún momento el por qué.

El tren Cero de Yuri BuidaEsa invitación a interpretar que el escritor nos quiere brindar en su obra la convierte en una suerte de creación compartida, en las que tanto el autor como el lector deben ser capaces de elaborar una explicación a lo que sucede. La novela que os quiero recomendar hoy es otra genialidad de este tipo: “El tren Cero” del ruso Yuri Buida que edita la siempre exquisita Automática editorial.

En esta novela vivimos junto a unos personajes que han sido destinados a un recóndito lugar para crear y cuidar de una estación y de las vías por las que circula un tren muy especial: el tren Cero, un convoy blindado que consta de cien vagones, dos locomotoras delante y otras dos detrás, pero del que solo se nos informa que tiene una enorme importancia para la supervivencia de la revolución. La historia comienza cuando Esther y su hijo Ígor se marchan definitivamente de la estación del tren Cero, después de cuarenta años de servicio, dejando solo a Iván Ardábiev, el único que nunca se planteó la causa de la importancia del tren. Antes habían marchado Aliona, Misha y los demás, incluso los judíos… todos marcharon, pero el tren continuaba puntual a su cita como cada día desde hacía decenios. El pobre Vania, cada día más hundido en su soledad y su miseria, es ahora el único que sale a recibir al tren en el montículo cercano al puente, sin plantearse ni una sola vez su finalidad.

Una escalofriante obra que reflexiona sobre las razones del poder y la sumisión, que, sobre todo en régimen comunistas totalitarios, obligaban a dejar la vida en un segundo plano para cumplir con las órdenes de un estado omnipotente y omnisciente. Una fantástica novela que nos deja perplejos sin saber qué esperar o siquiera si existe algo que debamos esperar, como cree el propio Iván.

«Del color de la leche»

(Recomendación escrita para el blog de Librería Taiga de Toledo) Durante estos días en los que en Taiga hemos estado muy pendientes de que todos los niños comenzaran el curso con sus libros correctamente adquiridos, nos ha dado tiempo a ir leyendo las novedades que las editoriales presentaron en tromba una vez acabado el verano. No todas, por supuesto: para ello deberíamos ser como el Sargento Enrigth, de la serie de televisión de los años setenta titulada «Macmillan y esposa«, que era capaz de leer un libro de mil páginas en dos segundos… (¿qué? ¡todos tenemos recuerdos raros de la infancia!).

Nos hemos encontrado con buenas novelas de autores consagrados, con recuperaciones acertadas (y alguna no tanto) de obras clásicas, con pasteles melosos, aunque realmente emocionantes… pero también (y esto es lo que más nos interesa como libreros ávidos de descubrir joyas para nuestros lectores) con obras de jóvenes escritores osados que intentan (y en algunas ocasiones consiguen) abrir nuevas vías para la supervivencia de la novela. A ellos vamos a dedicar algunas de nuestras próximas recomendaciones.

Del-color-de-la-lecheEl que queremos acercaros hoy es el impactante «Del color de la leche» de la inglesa Nell Leyshon que edita una de nuestras editoriales favoritas: Sexto Piso. Se trata de una original y cruda novela que se desarrolla hacia 1830 en una granja de algún lugar de la Inglaterra rural, en la que Mary, una niña coja de quince años, pero enormemente fuerte y valiente, con el pelo del color de la leche y condenada a llevar una vida de hambre, trabajo agotador y miseria, consigue escapar de su destino cuando su padre decide que irá a vivir y a trabajar a la casa del venerable vicario y su esposa.

Una huida que pronto se nos revela como una nueva prisión, más árida si cabe, en la que Mary no puede compartir todo lo que le sucede con la única persona a la que ha amado en algún momento de su vida y que, a pesar de ser ya un ser inútil para la dura vida en la granja, se preocupa por ella desde que nació: su anciano y enfermo abuelo. En casa del vicario Mary conseguirá lo único realmente ha deseado toda su vida: aprender a leer. Pero esto tendrá un precio demasiado alto.

La obra es aún más poderosa porque la autora cede la voz a la propia protagonista, quien cuenta su historia dirigiéndose a alguien (que podemos imaginar quién es), con un lenguaje recién adquirido, y por tanto sencillo, hasta resultar infantil, dedicando un esfuerzo enorme a contar la verdad de lo que sucedió, pero sin apresurarse para que no queden dudas sobre nada:

«éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano.
ahora es el año del señor de mil ochocientos treinta y uno y sigo sentada al lado de mi ventana y sigo escribiendo mi libro.
veo mi propia cara en el cristal de la ventana, mi pelo y mi piel son pálidos.
estoy inclinada y mi tintero está enfrente de mí y hay un montón de papeles a mi izquierda.
y tú sabes cómo he tenido que aprender cada letra que ahora estoy escribiendo.
no me gusta contarte todo esto. hay cosas que no quiero decir.
pero me he dicho que te contaría todo lo que ha pasado. he dicho que lo diría todo y por eso tengo que decirlo.»

Es muy posible que al terminar de leer esta joya tengáis que abrir la ventana para tomar aire, porque la novela no da respiro, pero os aseguramos que no os arrepentiréis de haber recorrido el paraíso y el infierno de Mary, «del cual no podemos y no queremos salir siendo el mismo lector» como dice en el acertado prólogo la escritora mexicana Valeria Luiselli (autora de la genial «Los ingrávidos«).